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Te creias fuerte, y eso era lo que todo el mundo también creia. Tenias un escudo de hierro que cubria tu corazón y no dejaba entrar nada en él, eso te hacia más fría, más que el hielo. Y entonces, llego alguien que te dijo que lo bajes, derritio cada una de las soldaduras de tu escudo con palabras, y por una vez confíaste, bajaste tu muralla y de repente todo te invadio. Y de pronto te diste cuenta de todo el tiempo que habias perdido, de todo lo que no habias visto, sentido, tocado, rozado, pero allí está, el que te enseña el otro camino a seguir, y tú lo seguis.